UNA CULTURA RESILIENTE
Primero un gran terremoto junto a un tsunami devastador. Ahora aún se mantiene la lucha en la lamentablemente famosa central nuclear de Fukushima, mientras minuto a minuto se expande la radiación. Ante la magnitud de la catástrofe y a la vista de las imágenes que han cruzado nuestro cerebro, es lógico preguntarse: ¿Cuánto podemos llegar a soportar los seres humanos?
Sin duda depende de la capacidad limitada individual que poseemos, pero las características culturales de la sociedad en que vivimos influyen en esta resiliencia psicológica personal. Mientras la tragedia continúa por una nueva semana, esta prolongada tensión conducirá, sin duda, a un trauma mayor para muchos japoneses e incrementará los niveles de tristeza y depresión. La tasa de suicidios de Japón ya era muy elevada, la octava del mundo (23,8 por mil vs 8,2 en España, OMS).
Pero justo ahora, somos testigos de como un grupo de trabajadores arriesga su vida para poner bajo control una nuclear peligrosamente enferma; testigos de la calma y orden con el que los refugiados se mantienen en los centros de acogida o haciendo cola para cargar sus vehículos de gasolina o conseguir comida. Su conducta sigue sorprendiendo al mundo occidental. Son varías las dimensiones que debemos considerar para explicar una conducta similar, en este caso quiero citar, por menos conocida, la que se refiere al “gaman”, una cualidad ligada a la fuerza y estoicismo japones milenario. El estoicismo está profundamente arraigado en la historia del país. El tiempo, ese gran escultor de las civilizaciones y culturas, ha gestado un orgullo tradicional basado en el sufrimiento, gestando un estoicismo resilente, una resiliencia que no es mera resistencia pasiva, sino que alude al proceso dinámico de adaptación positiva ante cada grave adversidad.
Japón es un ejemplo de cultura enfocada hacia la resiliencia, dedican más esfuerzos a fortalecer lo que las comunidades pueden hacer por sí mismas y sus capacidades, antes que concentrarse en su vulnerabilidad ante el desastre o sus necesidades en una emergencia. Los términos “resiliencia” y “vulnerabilidad” son las caras opuestas de la misma moneda.
En Japón el espacio es un bien escaso y la gente aprende a cooperar y compartir. El egoísmo, como en cualquier otro lugar, existe pero sobre todo se valora la “armonía social” por encima de otros valores como la “independencia” o la “libertad personal”. Eso significa subyugar los deseos personales. No tenemos, aún, constancia de informes sobre saqueos, violencia, estafas, etcétera, en las zonas afectadas. Las comparaciones con el caso del huracán Katrina en Nueva Orleans son evidentes.
Así vemos pueblos completamente destrozados, como una imagen de la novela “The Road” de Cormac McCarthy. Sin embargo, al preguntar a los refugiados no dudan que podrán reconstruir “todo, entre todos”. No muestran el clásico desconsuelo o desesperanza que se manifiesta en expresiones como “ya veremos cómo superamos estoÉ” o “me iré a vivir a otro lugar”. No, se manifiesta la seguridad de reconstrucción de forma mancomunada. Sin duda, la meditación (elemento esencial de la religiones Shinto y Budista mayoritarias en Japón), favorece la interiorización de este estoicismo resiliente. Exactamente lo contario de la mentalidad progresista occidental, que cree encaminarse siempre hacia la ausencia de sufrimiento.
Un estudiante me decía en clase que más que “ciudadanos” los japoneses se muestran como “militares”. Y es cierto en parte. La rígida estructura social japonesa podría verse como herencia de la jerarquía y valores feudales donde todo el mundo espera que el ciudadano sea autodisciplinado (meta de un placer superior, como diría Mishima), y no exponga sus sentimientos. Es en casa, con su familia, donde pueden compartir sus miedos, emociones, opiniones y sentimientos. Pero no es adecuado mostrarlo en público. Lo hemos visto: una hija busca a su madre entre los escombros y el barro, lleva un perrito en brazos, llora y gimotea de un lado para otro, levantando tablas y buscando su antiguo hogar, de pronto aparecen sus padres vivos, se dirige hacia ellos llorandoÉ en nuestra cultura abrazaríamos a nuestros padres recién reencontrados con vidaÉ lo que vemos sin embargo es que hace un saludo con la cabeza, se pone junto a ellos, sin rozarlos si quiera, baja la cabeza y mientras se limpia las lágrimas vuelven juntos hacia un lugar seguroÉ este es el trasfondo de la vida emocional nipona.
MARIO SORIANO URBAN Director General de Global Tech Apptitude y Consejero delegado en ICSA